Clásicos infaltables y toques dulces: una propuesta gastronómica que une la tradición local con sabores de fiesta

En el vasto universo de la cocina casera, existen platos que trascienden la simple necesidad de alimentarse para convertirse en verdaderos rituales. Si hablamos de la mesa argentina, pocos contendientes pueden hacerle sombra a la milanesa a la napolitana, un ícono que combina la contundencia de la carne rebozada con el alma de una pizza. Sin embargo, la propuesta de hoy busca elevar la vara acompañando este clásico nacional con una guarnición —o postre, según se mire— que llega desde las tradiciones festivas del norte: una cazuela de batatas con cubierta crocante de nueces.

El rey de la mesa: secretos de la “napo”

No es exagerado afirmar que la milanesa a la napolitana es un plato nacional con peso propio. Su sola mención tiene un poder de convocatoria que pocas frases logran; basta con anunciar que hay milanesas para que la familia se siente a la mesa sin chistar. La clave de este éxito radica en el equilibrio de sus componentes y en el respeto por la materia prima. Para esta versión definitiva se utilizan doce cortes de peceto, una carne magra y tierna ideal para lograr milanesas prolijas.

El proceso comienza con el clásico ritual del rebozado: salar la carne, pasarla por harina para sellar, luego por huevo batido y finalmente por una abundante capa de pan rallado, presionando con firmeza para asegurar que la cobertura no se desprenda. El primer paso de cocción es una fritura rápida hasta dorar ambos lados, reservándolas luego sobre papel absorbente para quitar el exceso de aceite. Pero la magia ocurre después.

El toque que marca la diferencia

Lo que transforma una simple milanesa en una “napolitana” es su cobertura. Mientras la carne descansa, se prepara una salsa de tomate con personalidad: se procesa una cebolla chica con una lata de tomates y orégano, cocinando la mezcla a fuego suave durante unos veinte minutos tras agregar una hoja de laurel. El montaje final se realiza en una asadera, colocando sobre cada milanesa una cucharada generosa de salsa, una feta de jamón cocido y una rodaja de queso cremoso. Un golpe de horno fuerte basta para gratinar y fundir los sabores, logrando ese perfume inconfundible que inunda la cocina.

Una compañía inesperada y dulce

Para romper con la rutina del puré mixto o las papas fritas, esta propuesta incorpora una cazuela de batatas inspirada en las mesas festivas internacionales. Es una preparación versátil que juega al límite entre la guarnición y el postre, ideal para quienes disfrutan del contraste agridulce. La receta rinde para unas doce porciones y requiere cerca de una hora total de preparación, aunque la ventaja es que puede armarse con uno o dos días de anticipación y guardarse en la heladera hasta el momento de hornear.

La base de este plato consiste en cuatro tazas de batatas peladas y cubadas, que se hierven hasta que estén tiernas, aproximadamente entre 10 y 15 minutos. Una vez coladas, se pisan hasta obtener un puré al que se le incorporan dos huevos batidos, media taza de azúcar blanca, media taza de leche, cuatro cucharadas de manteca pomada, esencia de vainilla y una pizca de sal. El resultado es una mezcla rica y cremosa que se dispone en una fuente para horno.

Texturas que conquistan

El gran secreto de esta cazuela radica en su “topping” o cubierta. En un bol aparte, se mezcla media taza de azúcar negra (o rubia) con un tercio de taza de harina común. Se integra manteca fría con un cornet o tenedor hasta lograr un arenado grueso —similar al tamaño de unas arvejas— y finalmente se añaden media taza de nueces pecán picadas. Esta mezcla se esparce sobre el puré de batatas y se lleva a un horno precalentado a 165°C (325°F) durante unos 30 minutos.

El objetivo es que la cubierta quede ligeramente dorada y crocante, ofreciendo un contraste perfecto con la suavidad de las batatas. Quienes han probado esta combinación aseguran que es “como un postre”, destacando la riqueza de texturas. Ya sea que se sirva junto a la contundente milanesa para los paladares atrevidos o se reserve como un cierre dulce, esta combinación de un clásico argentino con un toque gourmet promete dejar a todos los comensales pidiendo repetir el plato.

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